Que soy un “tío raro”, un – para muchos – personaje extraño, lo tengo asumido (un amigo tengo que me califica de “exótico”), pero, mis habituales lectores, aquellos que se atreven a seguirme, ya saben que, entre mis temas recurrentes, tiendo a sembrar, de vez en cuando, escritos más o menos filosóficos, más o menos teológicos, más o menos científicos, o más o menos míticos, o bíblicos, que me sitúan en el rincón más semiluminado – y lo digo incluso con el más peyorativo de los ánimos – de la Caverna de Platón. Lo admito…
Y digo esto por algo muy curioso que vengo observando de un tiempo acá. Dadas esas ciertas inclinaciones, ya endémicas en mí, preciso alimentarme también de cierta literatura, más bien ensayo, o textos clásicos, o alguno que otro de los mal-clasificados como herméticos, o para algunos heréticos, a fin de mantener saciada cierta parte de mi hambre… Y no crean, por favor, que soy ningún tipo de vampiro, pues mi dieta es muy variada: novela, historia, narración, investigación, relato, ciencia, y/o cualquier otro que me entretenga. Digamos que tirando a normal pero con las manías propias de mi tendencia… e intendencia. O sea, que no son necesarios los cazafantasmas conmigo…
Bien, pues lo que hoy, en la actualidad, pleno siglo XXI, me descoloca, es que, docenas, docenas y docenas (cientos quizá) de interesantísimos, documentadísimos y buenísimos títulos, portadores de cojonudos textos, han desaparecido de la faz del conocimiento humano, en plena era llamada “de las comunicaciones” precisamente… Hoy se acerca uno a cualquiera bien-armada distribuidora de libros, y obras de Louís Carpentier, Jean Pierre Bayard, Michael Foss, Paul Deveraux… y muchos, muchísimos otros, se encuentran, todos a la vez y al mismo tiempo, con la etiqueta “Descatalogado”… Dada su repetida procacidad, a mí se me traduce por otra más siniestra de “Missing”. No digamos textos, estos sí que herméticos, de Hermes Trimegisto, u otros parecidos, aunque sea en edición de Walter Scott, por poner un triste ejemplo… Pero es que, ni siquiera la obra patria y de la era moderna “Teoría Cristocéntrica del Universo”, del padrecura López Guerrero, un humilde párroco de Mairena de Alcor, se encuentra disponible ni conocible. Una pena.
Se me podría alegar que, hombre, vivimos en un mercado que obedece a la ley de la oferta y la demanda, compréndalo, si no hay de lo segundo, lo primero desaparece… es normal. Y yo lo entiendo, sí, de verdad, pero solo hasta cierto punto, pues estamos hablando de conocimiento universal. Con permiso, claro… ¿Cómo es posible que en los años sesenta todos esos autores, y otros muchos, con sus obras y títulos, se pudieran encontrar en cualquier fondo editorial de cualquier librería que se preciara y por muy de pueblo que fuere?.. Aparentemente, solo existe una contestación: había demanda de ellos, y, claro, pues eso… Pero son dos las respuestas en realidad:
Una, que sí, que efectivamente había una cierta demanda… yo acotaría inclusive que una muy relativa demanda, pues eran (son) contenidos para una minoría de lectores, estudiosos o aficionados a tales temas. Pero, aún y así, y aunque caros por sus cortas tiradas, se mantenía abierta la posibilidad de acceder a ellos… Un par de cosas parecen demostrarse en la actualidad: que el nivel cultural, intelectual, formacional, de conocimientos, de la gente, ha caído a niveles zarrapastrosos (mucho más bajos que entonces) – al menos, el interés que se detecta es cero, y los niveles del hábito de lectura son lastimosos – y que tampoco existe interés en que estén al alcance del público. Ni del gran, ni del mediano, ni del pequeño… Nada.
Afortunadamente, yo conservo en mis estanterías multitud de esos libros, cuyo valor – en información y conocimientos – es incalculable… Un día, un joven amigo vió que tenía las obras de Allan Kardeck y se frotaba los ojos. Creía (le habían informado) que era una leyenda, que, en realidad, tal autor no existió… Cuando digo que esa caterva de títulos y autores que poseo (hasta la mismísima Doctrina Secreta, de Mme. Blawatsky) los adquirí sin ningún tipo de problema en plena dictadura franquista, no se lo creen, y, alucinados, me preguntan: ¿cómo es eso posible?..
Muy fácil: la censura de entonces no ”llegaba” a tal nivel, y, sencillamente, “pasaban” de una literatura que no entendían (los censores eran obtusos y lerdos) ni comprendían… Lo que yo me pregunto hoy que ¿cómo es posible?, es por qué, en esta aparente sociedad de libertad de pensamiento, el pensamiento es menos libre que nunca, y la sutileza de las actuales normas, formas y hormas, hayan establecido un depurado y sutil “Farenheit-451”, sin fuego ni quema de libros, sin que apenas nos demos cuenta… por supuesto, solo para los pocos que aún quedan esturreados por ahí con capacidad de preguntarse ciertas cosas…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
www.escriburgo.com
miguel@galindofi.com