Hace medio siglo, un profesor de inglés, un tal Peter Brown, hizo dar a esa misma historia una pirueta que, entonces, fue altamente criticada por los puristas, y hoy se está cuestionando como probable. Al menos, según desde el punto de vista en que se analice esa misma historia, puede ser posible tanto lo uno como su contrario… El periodo de lo que se ha venido en llamar la Decadencia del Imperio Romano, que este autor lo convierte en todo lo contrario: en el auge y poderío de todo un imperio. La cosa está en si se puede seguir apellidando Romano, o ya solo en parte (sería como un hijo de… un descendiente).
Brown extrapola la imagen decadente de una Roma invadida por las tribus bárbaras norteuropeas, que entraban arrasando los últimos vestigios de un imperio, como el germen y nacimiento de un imperio (¿otro, o el mismo?) de enorme poderío e influencia, que dominó parte de Europa, Asia y África desde su epicentro de Constantinopla: el imperio bizantino… Este historiador defiende que la nueva religión – la cristiana – forjó un coloso oriental aún más fuerte, culto y poderoso que el de occidente, el cual es el que representa al genuino Imperio Romano… O sea, “El Mundo de la Antigüedad Tardía”, que es como se llamó su obra, hoy resucitada por cierto…
Yo creo – y no deja de ser una opinión personal – que es como forzar una nueva partida con las cartas marcadas de la anterior. Me explico: La Historia no se escribe con puntos y aparte, si no con puntos y seguido… Lo digo de otra manera: las civilizaciones pueden desaparecer, pero las culturas nunca desaparecen del todo. Una siempre es hija de la otra… O sea, la cultura romana, o sus restos, se refugió en la bizantina, a la vez hija de la civilización romana. El factor decadencia (invasión–destrucción) fue “necesario” para la evolución – también puede darse la involución – cultural. Naturalmente.
Por eso que la Historia se cuenta según el lugar desde el que uno la cuenta. No solo geográfico, si no también político… cultural e histórico, claro. Y el agente humano, que es el bacilo que forma, transforma y conforma la Historia, a fin de cuentas, está sujeto a intereses, ansias, sueños y deseos, que son los motores impulsores, o detractores, de la misma. Incluso pienso que, si tras 50 años de crítica y olvido, se ha vuelto a editar (Taurus) este libro, quizá, puede, es posible… que sea porque en estos tiempos también vivimos la crisis de unos valores, de unos imperios, de unos culturas, de una civilización, y la actualidad sea el campo temporal de batalla donde se desarrolla el parto que un viejo estatus hace de otro nuevo, incorporándole, por supuesto, una parte de su genética, así como construyendo otra…
Si en la Civilización Romana, el factor disolutivo fueron las hordas bárbaras, ahora son las hordas populistas… Y el imperio que se pone en jaque es la democracia… Si entonces el elemento nuevo, reorientador, coagulante, fue el cristianismo (luego convertido en catolicismo>papismo), hoy son los dominios técnicos, las colosales empresas de comunicación (que después se pueden convertir en la dictadura de un Gran Hermano, de un supuesto y huxleriano Mundo Feliz). Toda fuerza “accionaria” termina convirtiéndose en una fuerza reaccionaria… ya se dice que el poder corrompe…
Sea como fuere, si lo miran desde la suficiente perspectiva, verán que es la fuerza entrópica que mueve el universo, la misma que se manifiesta en los hechos – y en los deshechos – de la vida humana… Y la Historia es un producto puramente humano, aunque nos complazca (porque nos justifica) verlo al contrario… Decimos que somos producto de la Historia porque nos conviene, pero lo cierto es que, si somos los que producimos esa Historia, entonces, al final de todo final, es que somos producto de nosotros mismos… pero esto es otra historia.
De esta forma se cierra todo círculo iniciado por el ser humano, y se abre la posibilidad de iniciar una nueva oportunidad. Así quiero creerlo y entenderlo, al menos. Es que, si no, seríamos como dioses, que dijo la sabia sierpe… Y en ello estamos.
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